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Sobre mi felicidad

Si se hiciera un compendio de lo que las gentes consideran la felicidad, no alcanzarían las hojas del papel para aglutinar lo que cada individuo puede comprender por dicha palabra. Sin embargo, como mi labor no consiste en recoger lo que todo ser en el universo piensa y concibe como su experiencia feliz, me gustaría simplemente esbozar lo que a mi juicio considero mi felicidad. Mas antes de anunciar mi parecer, creo que sería un insulto a la señora Sabiduría hablar de mi opinión y no hacer referencia al saber. Aunque, ¿se puede saber? Y, ¿cómo sé que realmente sé? Elucubraciones de este tipo que diría El Filósofo: son absurdas.


Mas, considerando que me estoy retirando de mi objetivo, vuelvo a él sutilmente mentando que tantos filósofos han intentado encasillar la felicidad, saliendo por mucho derrotados de dicha empresa. A esos señores que han puesto a algo tan noble y bello como la felicidad bajo unos conceptos fríos y encerrados, se les olvidaba que la felicidad no la encontramos reflejada en este o ese punto, ni arriba ni abajo: ¿Muéstrame en dónde está la felicidad? ¿En dónde? No logro apreciarla. Y estos tales arbitrariamente con sus ínfulas de querer dar algo universal a gente peculiar, han creado adefesios conceptuales que tienen de todo, menos de felicidad. Y en esa medida esta injusta arbitrariedad ha sido capaz de desdibujar en las gentes la capacidad de felicidad: “Arrogantes y descorazonados, han sido capaces de dañar a miles, centrados desde lo cómodo de una mesa”. ¿Por qué no experimento la felicidad que dice este o ese? Se preguntan los seres angustiados y atormentados por no llegar a la virtud que los “filósofos” decían, haciéndoles estrellar con todo lo contrario a la felicidad misma.


Pero, entonces ¿qué es la felicidad? Sabiendo que esto será capaz de crear división de perspectivas y de visiones, me arriesgo a decir que la felicidad no existe, por lo menos no como un ente universal. ¿Cuál es la necesidad de querer universalizar una experiencia que solamente puede darse de forma individual? Frente a esto, esa primera pregunta no tendría una respuesta, por lo tanto, es una pregunta sin ningún sentido: es absurda. Ridículo quien, con pretensión de sabedor, de filósofo, se hace preguntas que ni siquiera es capaz de responder; lo único que demuestra es lo ínfimo que es su estado mental y lo penoso que se aprecia cada que la verborrea deja su paladar. Ahora bien, prefiero reformular la pregunta absurda por: ¿Cuál es mi felicidad? Y como aquí no escribo para dar un tratado, sino para expresar lo que se encuentra en mi corazón, procedo a enunciar los vestigios de lo que para mí es la felicidad.


Poder contemplar en una fotografía que es capaz de cerrar la brecha espacial entre dos personas. Y en ese sentido, la distancia no es motivo de problema, sino por el contrario pues al verle siento cómo mi corazón se regocija. Ser capaz de decir: en esta foto está el amor. El amor de mi amor primaveral que a través de ese lente es capaz de comunicarme la risa de Dios por medio de su sonrisa. Ese amor que, aunque de forma desconocida, me revitaliza el alma, aunque muchos ignoremos qué es ello. Al verle, aunque sea por medio de una pantalla, es como si las fuerzas desperdigadas por mi mundo volvieran a mí y me revitalizaran, al punto que son capaces de hacerme escribir. He aquí pues el primer vestigio de mi felicidad.


Aunque la distancia siga afectando cruelmente mi espíritu, y aunque lo ponga en pena, la ternura del pasado se hace latente en mi vida al poder contemplarle en las cortas letras que dejó en la fotografía de rústicos colores y roídos bordes. En ese momento es como si volviera al presente lo que fue en el pasado, siendo capaz de reconectar dos espacios y tiempos, creando una misma realidad en donde sigue estando presente la ternura. ¿Cuánto no le falta a la humanidad la ternura? Una ternura divina que se despliega en lo más profundo de los hombres. Esa ternura que es capaz de dar un abrazo, un beso, una caricia… Esa ternura la cual fue capaz de retornarme las fuerzas de amar nuevamente. He aquí pues el segundo vestigio.


Y constante es comparar alegría y felicidad como idéntico, desconociendo que la alegría va más orientada a un momento de una persona y la experiencia de ella, que a un estado constante más grande como la felicidad. Mas esto, y no quiero dar cabida a las dudas por parte de los pseudo-filósofos, no quiere indicar que la alegría sea algo de menor categoría, por el contrario, es constituyente de la vida de quienes permiten que aniden en ellos. Pero como no voy a hablar de la Alegría, sino de mi alegría, sólo quiero traer al recuerdo el día en que vi la luz del primer regalo que el cielo me dio. Ese día confuso, extraño, diferente. Ese día fue mi primera alegría. Luego, ver crecer esa luz y convertirse en torrente iluminador para mí, fue también mi alegría. Decirle “Te amo, mi amor chiquito”, y decirme: “Yo te amo más”: esa es mi alegría. De modo que el tercer vestigio se hace evidente.


Ahora bien, me podrían preguntar los tales esos que ya no deseo mencionar: “¿Cómo es posible que algo tan ínfimo e insignificante pueda considerarse como felicidad? Si la felicidad debe ser algo dado para todos, y ahí lo estás reduciendo a una concepción egocéntrica y cerrada”. Y si esos tales me hicieran dicha pregunta, presentando dicha premisa, simplemente les diría que no han entendido lo que quiero expresar aquí, y que su supuesto intelecto es tan obtuso que lo que ellos llaman mente no es capaz de liberarse de la tiranía de un concepto, para abrirse a la libertad del corazón. Esos tales pues, se quedarán hablando de palabras enredadas, pero jamás hablarán de lo realmente esencial.



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