top of page

¿Quién se robó mi pollo?

Como todas las mañanas, fui al corral a darle de comer a mi pollo. Era un pollo demasiado pequeño y se distinguía de los demás por su negro plumaje. Ese día le llevaba una taza con una porción apropiada de cuido. Sin embargo, me llevé una sorpresa cuando me asomé por encima del corral y me di cuenta que el pequeño animal no estaba. Eso es extraño, pues nunca lo saco del corral por miedo a que los perros de mi abuelo lo despedacen como hacen con las gallinas que se escapan.


¿Dónde estaba mi pollo? Y ¿quién se lo habrá llevado? Estaba totalmente seguro que no era posible que se hubiese escapado porque su tamaño es una desventaja como para pensar en una posible fuga del corral. Le pregunté a mis abuelos y a mis papás, pero ninguno de ellos me dio razón del paradero del animal. Entonces tomé la decisión de emprender una exhaustiva búsqueda del ave para saber qué habría pasado.

Fui a preguntarle a mi vecino, un anciano callado y taciturno, el cual me respondió, con una mirada amenazante y el ceño fruncido, que no había visto ningún animal, que si quería tratarlo de ladrón se lo dijera de una vez para solucionar la situación. Yo le contesté que simplemente estaba averiguando si alguien vio pasar a mi pequeño animal, que no era mi intención tratarle mal. Nunca me imaginé que el viejo que vivía a mi lado era de un temperamento tan fuerte. Además, no me había quedado una sensación de confianza con la respuesta del anciano.


Después de salir de la casa de mi vecino, pasé a la casa de en frente donde vivía una señora alta y gorda, quien me aseguró que ella no había cogido ningún pollo. Además, me recriminó por mi descuido. Me dijo “usted debería estar más pendiente de sus propias cosas. No sé por qué sus papás no le educaron como se debe”. Esa señora que veía pasar todas las mañanas con su canasto y su hijo de la mano, resultó ser tan desesperante como el viejo cascarrabias del lado de mi casa.


Luego de salir de la casa de la señora gorda, fui con la madrina de mi papá que vivía detrás de nuestra casa. Le comenté mi problema y le pregunté si ella no habría visto a mi pollo. La dulzura que caracterizaba a aquella anciana se borró totalmente de su rostro cuando vi que sus mejillas empezaron a tener un tono rojizo. Se levantó de la mesa donde me había servido un vaso de jugo con tres galletas de esas que comen lo viejos y los atletas, y me dijo que me fuera para mi casa, que a ella no iba a venir nadie a tratarla de ladrona. Intenté hacerle ver que mi intención era únicamente preguntar si habían visto al animal. No estaba acusando a nadie de absolutamente nada. Pero todos mis argumentos fueron inútiles, pues finalmente tuve que evacuar la casa que se incendiaba en ira.


En la noche, mientras lavaba los platos que se usaron para la cena, ya no pensaba en mi animal, sino en aquello que me había sucedido ese día, en esas hostiles actitudes de las personas que me rodeaban. No conocía esa faceta de aquellos individuos que aparentemente se veían amables y cercanos. Lo que antes eran personas de un gran corazón, ahora se habían convertido objeto de mi desconfianza. Nunca encontré mi pollo, pero gracias a él, supe que quienes viven cerca de mí no son quienes pensaba. No fue mi intención culpar a nadie, pero ellos con sus actitudes parece que se acusaban a sí mismos. Además, pollos se desaparecían todos los días del corral de mi abuela, entonces ¿quién se robó mi pollo?


Entradas recientes

Ver todo

Comments


bottom of page