El Anticristo
- Mikeas Peña
- 28 may 2023
- 7 Min. de lectura
Sórdida era la noche, envuelta en una atmósfera agobiante que se cernía sobre Ricardo mientras se preparaba para dormir. Después de un día en el que no hizo mucho, paradójicamente, el descanso parecía ser una buena idea. A medida que las nueve de la noche se acercaban, Ricardo sentía que la cama emitía una extraña energía cósmica que deleitaba su ser interior por completo. Era como si la cama le recordara que estar acostado era una actividad en sí misma, y no solo una pausa en la que los sueños se apoderan de la mente y quién sabe qué más podría suceder. ¡Eso pensaba él! Porque creía que durante la noche el alma sale a vagar por el mundo.
En medio de su estado entre sueño y vigilia, algo extraño ocurrió, interrumpiendo la calma de la noche. La luz se apagó de repente, sumiendo la habitación de Ricardo en una oscuridad total. La interrupción en el suministro eléctrico afectó no solo la iluminación, sino también el funcionamiento de su viejo radio Pioneer. Para su sorpresa, el componente de radio que descansaba sobre la mesita de noche cobró vida propia en ese instante. Aproximadamente a las 3 de la madrugada, comenzó a emitir sonidos extraños y distorsionados, llenando la habitación con una cacofonía inquietante. Estos sonidos penetraron en los sueños de Ricardo, alterando las imágenes proyectadas y transformando su descanso en una pesadilla perturbadora.
Las figuras tenebrosas empezaron a materializarse en su mente, danzando en una coreografía macabra. Se contorsionaban y retorcían, adquiriendo formas grotescas y amenazantes. La oscuridad se volvió más opresiva a medida que la pesadilla se intensificaba. Ricardo se debatía en su cama, atrapado en un laberinto de sueños oscuros del cual parecía imposible escapar. Cada vez que intentaba despertar, una fuerza invisible lo empujaba de vuelta al abismo de su pesadilla. Las sombras se burlaban de él, susurros siniestros lo rodeaban y las figuras grotescas parecían acercarse cada vez más. El radio, como si estuviera poseído, continuaba emitiendo esos sonidos perturbadores, intensificando la sensación de angustia y desesperación
Lleno de terror, Ricardo trataba de discernir si lo que estaba sucediendo era real o simplemente parte de una alucinación. Una voz familiar empezó a resonar en la habitación, diciendo: “Nuestro insólito universo, cinco minutos recorriendo nuestro mundo sorprendente”. El murmullo de la voz se desvanecía y emergía de nuevo, como una marea misteriosa que inundaba hasta el último resquicio de su morada. De súbito, una bruma etérea, nacida de la nebulosa de su mente, adquirió forma, manifestándose como la silueta fantasmal de un ser enigmático, un umbral a través del cual se trascendían los límites de la realidad. Este ser, sentado ante un antiguo escritorio, veía cómo las hojas danzaban en su entorno, impregnadas de un aire ancestral, mientras una lámpara verde, propia de bibliotecas olvidadas o de mesas de eruditos, emanaba su débil y enigmática luz.
En la oscuridad que envolvía la habitación, un eco melódico emergió de los labios del misterioso individuo, sus palabras acariciaron el aire con un magnetismo sobrenatural, desatando una red de enigmas entrelazados en los hilos de la realidad. Ricardo, absorto en la penumbra, quedó atrapado entre la trama hipnótica, su mente flotando en la neblina de incertidumbre que oscurecía la noche fatídica. Las sombras de la duda se alzaron como un vendaval, mientras su espíritu se entregaba al embrujo inquietante de aquel enigmático narrador.
El eco siniestro de aquella voz continuó tejiendo relatos cada vez más seductores y perturbadores. Ricardo quedó atrapado en un torbellino de emociones encontradas, sumergido en una enigmática trama que se enroscaba a su alrededor, desdibujando la frontera entre la vigilia y el sueño. Fue entonces cuando una narrativa tenebrosa lo envolvió por completo, arrancándolo de la preocupación por su estado consciente y arrastrándolo a un abismo de oscuridad. Las palabras del narrador con voz ancestral, cuyo tono desgastado y velado parecía arrastrarse desde siglos remotos, se dispuso a pronunciar sus palabras en un susurro ominoso y embriagador, masculladas con una cadencia hipnótica que decía:
El Anticristo ha iniciado su insidiosa conquista de almas y voluntades desde los años 60 del siglo XX en el conocido Triángulo de Oro, una zona geográfica en Asia que abarca vastos territorios con cultivos de opio en Camboya, Laos y Birmania. No es, como muchos suponen, un ser humano dotado de carisma maligno y singular belleza, ya que las escrituras y profecías ofrecen claros indicios sobre su verdadera naturaleza e identidad. San Pablo, en su segunda epístola a los tesalonicenses, hace referencia a la segunda venida de Cristo al decir: "Pues no llegará ese día sin que primero se levante el adversario que seducirá a la humanidad de tal manera que incluso establecerá su morada en el templo del Señor, engañando a sus seguidores haciéndose pasar por Dios". Lideres religiosos e investigadores afirman que la prédica ritualista de esta bestia será eufórica, optimista y disolvente.
El enigmático hombre añadía también que Nostradamus lo definía claramente cuando afirmaba: "Será tan seductora su influencia que de todas partes vendrán a rendirle honor". Sin embargo, es en el Apocalipsis, en el capítulo 17, donde aparece la frase más reveladora: "Y la bestia, que era y no es". Los habitantes de la Tierra se maravillarán y todos desearán adorarla. Pero no se trata de una persona en sí misma, y sin duda se trata más bien de una poderosa realidad: las drogas y una tecnología pervertida.
En las sombras de la incertidumbre, se revela la verdadera identidad del Anticristo, aquella que escapa a las percepciones superficiales de muchos. No se trata de una mera persona carismática ni de una entidad individual. Su esencia trasciende esos límites, resonando en las visiones de aquellos bendecidos con una visión privilegiada del futuro, quienes intuyeron con claridad la forma que tomaría esta fuerza malévola. La seducción y el encanto hipnótico del Anticristo se manifiestan en su prédica cautivadora y en su ritualista oferta de euforia y esclavitud. Son términos empleados por aquellos que se atrevieron a describir su poder engañoso. Se dice que será adorado desde todos los rincones del mundo, que visitará naciones y que estas temblarán ante su presencia, rindiéndole tributo. Sin embargo, estas palabras enigmáticas, si se escuchan con atención, revelan un trasfondo profundo. El Anticristo no se trata de una simple figura bíblica, sino de una fuerza abrumadora y enigmática que se desliza entre las sombras del tiempo. Su dominio se extiende más allá de lo visible, tejiendo una red de corrupción y seducción que afecta los cimientos mismos de la existencia. Solo aquellos que penetren en las tinieblas más profundas podrán comprender la magnitud de su poder y su capacidad para sumir al mundo en el caos.
Si se adentra en los abismos de la comprensión, si se osa escrutar las tinieblas de esta trágica realidad, se revelará el verdadero horror que yace detrás de estos términos. Desde la oscura perspectiva del problema global que asola al mundo, la droga se erige como un siniestro vórtice, manifestando su presencia inconfundible y su influencia corrosiva. No es un mero mito bíblico, sino una entidad alucinógena de poder insondable y perverso, capaz de consumir no solo a los seres humanos, sino también a gobiernos y economías en su avance implacable. Sus garras invisibles se extienden como una plaga nefasta, devorando las almas de aquellos que caen en su oscuro abrazo. En su estela, siembran desesperación y decadencia, socavando los pilares de la sociedad. Su dominio tenebroso se enraíza en los rincones más recónditos, envenenando mentes y corrompiendo corazones. Una realidad retorcida que se alimenta del sufrimiento humano, tejiendo un tapiz de caos y desesperanza.
La droga, como un enigmático ente, ha tejido sus redes de adicción con la ayuda de una tecnología cibernética y audiovisual que penetra sin piedad en los rincones más recónditos de nuestro mundo. Su poder seductor y disolvente se extiende como un manto tenebroso sobre la faz de la Tierra, atrapando a la humanidad en sus garras implacables. ¿Acaso las visiones apocalípticas de antaño no aludían a esta deidad tecno-psicotrópica que ostenta la presidencia de nuestros miedos más profundos? ¿Qué otra oferta ritualista apasionante y dominante puede igualar al fenómeno que, desde los albores de los años 50 y 60 del siglo pasado, ha ido cobrando fuerza, infiltrándose en cada rincón, corrompiendo sin piedad y reclutando seguidores incondicionales dispuestos a matar y morir en su nombre?
Los antiguos profetas, con su mirada hacia el futuro, parecían intuir la llegada de este maligno y oculto poder, que busca suplantar a Dios con su prédica emocionante. En las postrimerías del segundo milenio, emergió este engendro sombrío, empuñando el estandarte de la tentación y la falsa promesa. Su voz susurrante y embriagadora penetra en los corazones más vulnerables, arrastrándolos hacia una espiral descendente de ilusiones efímeras y oscuridad insondable.
En los anales del tiempo olvidado, los antiguos vislumbraron una alianza impensable, tejida con hilos invisibles de poder. La droga y la tecnología cibernética audiovisual, dos entidades insospechadas en aquellos días remotos, se fundieron en un abrazo oscuro y seductor. Los profetas, incapaces de concebir esta alquimia siniestra, personificaron esta unión profana en una bestia todopoderosa de dos cabezas.
Estas cabezas gemelas, imanes de atracción fatal, susurraron promesas engañosas que cautivaron a las almas desprevenidas. Poco a poco, la humanidad fue seducida y arrastrada a la esclavitud, como un rebaño sin rumbo guiado por el sendero de la estupidez fílmica, la cibernética degradación y la psicotrópica perdición. En su ceguera, se entregaron a los brazos extendidos del maligno, el enemigo sempiterno, marcado con el número de la bestia: 666, antítesis eterna de la divinidad.
La voz enigmática se desvaneció en un susurro que se perdió en la oscuridad de la habitación. Ricardo, con la mente aún envuelta en las historias fascinantes y terroríficas que había escuchado, salió de su ensimismamiento. Poco a poco, sus sentidos volvieron a conectarse con el entorno tangible a su alrededor. Y una suave luz se deslizó por una pequeña cornisa, justo en la esquina de la cortina que él siempre había pasado por alto. Era el brillo del nuevo día, que se filtraba en la habitación para disipar las tinieblas de la duda. Aquella duda que lo había mantenido prisionero durante una eternidad en sus sueños. La confusión que lo había abrumado comenzó a transformarse en claridad y coherencia. Sin embargo, la mañana le anunciaba con cierta decencia que su día había comenzado de manera desafortunada.
Mientras Ricardo se apresuraba, tratando de poner en orden su caótica mañana, su mente aún estaba inquieta por lo que había experimentado en la oscuridad de la noche. A pesar de su carrera contra el tiempo, su curiosidad y fascinación no podían ser silenciadas. Se preguntaba qué significaba aquel extraño episodio con el radio y las figuras tenebrosas en su sueño. Incluso en medio de su apuro, Ricardo se detuvo por un instante en el pasillo, dirigiendo su mirada fijamente hacia el componente Pioneer sobre su mesa de noche. Se preguntaba si había presenciado algo sobrenatural o si todo tenía una explicación lógica. Pero, por más que reflexionara, no encontraba respuestas claras. Tal vez era un misterio que nunca resolvería por completo.
Fray Mikeas
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