Ojo que lo humano también importa
- Jefferson Andrey Bustos Prieto
- 16 abr 2023
- 3 Min. de lectura
Esta semana, mientras escuchaba un programa en el que entrevistaban a un famoso, escuché una expresión que me hizo empezar a reflexionar durante varios días. El entrevistador preguntó al famoso qué estudios había realizado a lo largo de su vida, a esto se contestó: “en este país no es negocio estudiar una carrera, pues es mejor dedicarse a hacer dinero, a trabajar”. Esta afirmación hizo que pensara, más allá de lo laboral, en la importancia que se le está dando al conocimiento en un contexto en que todo tiende a ser un producto de mercado.
En nuestro país las personas muchas veces deben endeudarse de manera significativa si su pretensión es formarse en una disciplina determinada para obtener al final un cartón que le certifique como alguien capacitado para ejercer laboralmente alguna profesión. Así pues, dentro de una visión “coherente” la profesión por la que optó la persona debería garantizarle una mejora en su calidad de vida, una posibilidad de realizarse en el mundo. Sin embargo, aparece una problemática, a saber: que la profesión por la cual la persona se inclina puede que no tenga oferta laboral y le sea difícil conseguir empleo en ello o, si lo consigue, la remuneración recibida no brinda una estabilidad para el individuo.
A raíz de lo anterior se han visto muchos casos en los que ingenieros, maestros, psicólogos, etc. deben optar por buscar alternativas de generación de ingresos económicos para poder garantizarse un sustento y el pago de la deuda que ha dejado el estudio de su carrera. Hay aquí una contradicción entre el deber ser y lo que es en verdad: una opción de vida que debería aportar al mejoramiento de la vida del individuo, se llega a convertir en una preocupación más. Pero ¿de dónde proviene esta problemática? Es justamente esta pregunta la que me ha hecho reflexionar a lo largo de esta semana.
Mientras hablaba con algunos amigos, ellos afirmaban que “hay carreras que sí tienen bastante demanda laboral actualmente, por ejemplo, las que tienen que ver con tecnologías y sistemas”. Adicionalmente, otra persona ponía un ejemplo un tanto desesperanzador: “una prima estudió una licenciatura y luego una maestría en educación, ahora lo que le pagan es muy poco para lo que invirtió en sus estudios. Entonces, como todas estas carreras tecnológicas están en auge, decidió estudiar una que tuviera que ver con eso. Ella dice que no se siente realizada pero que, por lo menos, puede ganar un poco mejor y tener una mejor estabilidad económica”. Entonces ¿debemos acudir a aquellas carreras o empresas que generen dinero negando la posibilidad de sentirnos realizados? ¿De quién es la culpa? Claramente los factores, políticos, económicos y sociales de nuestro país tienen una gran influencia; sin embargo, pienso que la problemática se encuentra enquistada más a profundidad.
El mundo de hoy ha pasado por muchos cambios socioeconómicos a lo largo de la historia, y somos herederos de ciertos acontecimientos que han devenido en las problemáticas que hoy evidenciamos en nuestros contextos. Quisiera, pues, plantear uno de los que para mí son factores decisivos: la mercantilización del conocimiento como efecto de un mercado globalizado. En palabras más amables, el conocimiento en general se enfrenta a la globalización que impone un mercado, el cual, trae consigo un movimiento determinado entre la oferta y la demanda. Ejemplo de esto es lo que veíamos en el párrafo anterior donde se refleja que el mercado actual oferta – pero también podemos hablar en términos de exigencia – unas determinadas carreras que respondan a su avance y “progreso”. Es así que el auge de la tecnología, de gran relevancia a nivel mundial, pide que se priorice el estudio y la producción de nuevas tecnologías. De allí la amplia oferta laboral para este tipo de campo profesional.
Con lo anterior no pretendo estigmatizar o negar la importancia o validez de estas profesiones. No. Lo que pretendo es dejar esbozado un cuestionamiento que permita reflexionar a los lectores, a saber: si bien hoy el mercado nos exige que se estudien determinadas carreras para aportar al “progreso” (entre otras cosas ¿Qué es el progreso? ¿Es aquel afán de ir hacia adelante sin importar lo que tengamos que pisotear o destruir?) ¿Qué sucede con los oficios o profesiones que no aportan de la misma manera a ese mercado que convierte al conocimiento en un mero producto? ¿El estudio de las humanidades, del arte, de la salud, de la educación, etc. está condenado a desaparecer? Si pensamos detenidamente, tal vez podamos dar respuesta al por qué de tantas crisis sociales, políticas, éticas y todas aquellas que afectan a la condición humana en el mundo de hoy. Tal vez, nos enfrentamos a un intento de ocultamiento o indiferencia frente a las cuestiones humanas; frente a aquellos conocimientos que nos permiten reflexionar sobre nosotros mismos. Y, tal vez, esto es lo que nos ha llevado a decir “no estudie eso, eso no da plata”, prostituyendo así, muchas veces, la realización personal.
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