¿La narración agoniza?
- Robinson Stiven Pava Poloche
- 4 dic 2022
- 4 Min. de lectura
Walter Benjamin inicia su ensayo El narrador, advirtiendo a sus lectores que la narración por muy familiar que parezca no se presenta en toda su incidencia viva. La narración está llegando a su fin, la facultad de intercambiar experiencias está rayando el sol para nunca resurgir. “Una causa de este fenómeno es inmediatamente aparente: la cotización de la experiencia ha caído y parece seguir cayendo libremente al vacío”[1] (Benjamin. 1991, p. 1). El mundo en el que vive Benjamin experimenta unas transformaciones que jamás se habían considerado posibles, que solo existían en elucubraciones de unos pocos. El alba del siglo XX trajo consigo transformaciones científicas, industriales, literarias, sociales, políticas, etc., resultado del movimiento revolucionario iniciado en los siglos anteriores. Sin embargo, estas transformaciones también produjeron lo que en las escuelas de la época se confirmaba que nunca ocurriría; la apología de libertad, igualdad y fraternidad fue trastocada por el exterminio de miles de personas en los campos de batalla y en los campos de concentración, su única “imperfección” era no pertenecer a la raza pura y vencedora. Benjamin propone la siguiente pregunta: ¿no se notó acaso que la gente volvía enmudecida del campo de batalla? Asimismo, en la actualidad puede preguntarse lo siguiente: ¿no se nota acaso que la gente vuelve enmudecida a sus hogares, ya sea por el cansancio del trabajo o por su suprema atención al teléfono? En el contexto de violencia en Colombia ¿no se nota acaso que las muertes y las lágrimas son reemplazadas por la estigmatización y la indiferencia?
Por otro lado, los libros de guerra que años después se escribieron cuantiosamente nada tenía que ver con experiencias que se transmiten boca a boca. Esta experiencia que se comunica de boca en boca es la fuente de conocimiento para los narradores. De esta manera, la narración presenta experiencias que nunca podrán ser refutadas, pues no son datos informativos, sino experiencias vitales que solo quien las vive puede transmitirlas como una herencia significativa para los demás. Sin embargo, ¿será que las personas están dispuestas a escuchar las narraciones de los demás, especialmente aquellas que confrontan la historia universal? Las transformaciones del siglo pasado dejaron al ser humano en la intemperie de su existencia, especialmente en aquellas situaciones bélicas. Estas vicisitudes fueron duras para los seres humanos de aquellos días, Benjamin acerca de esto se expresa así:
Una generación que todavía había ido a la escuela en tranvía tirado por caballos, se encontró súbitamente a la intemperie, en un paisaje en que nada había quedado incambiado a excepción de las nubes. Entre ellas, rodeado por un campo de fuerza de corrientes devastadoras y explosiones, se encontraba el minúsculo y quebradizo cuerpo humano[2]
Aquellos que vivieron esas experiencias tan límites en donde quizá el ser se develó sin ningún reparo, Benjamin los llama los narradores anónimos. ¡Cuántos seres humanos fueron esas pieles vivas de la historia que siempre ha permanecido en el exilio! El autor de El narrador presenta dos ejemplos para explicitar la corporeidad de la narración en un mundo golpeado por la guerra. El primer ejemplo es el viajero, pues cuando alguien viaja tiene muchas historias por contar. Estas son asombrosas y atrayentes para quien las escucha porque quizá lo saca de lo habitual. En cambio, el segundo ejemplo es el campesino sedentario. Este siempre ha permanecido en el mismo lugar. La narración del campesino no genera asombro, dado que es alguien que es conocido por muchos y que no tiene “mayores” experiencias que aportar. Pareciese que la sociedad ha estratificado la narración, puesto que las narraciones asombrosas son aceptadas por la gran mayoría, en cambio las narraciones usuales no son escuchadas. El personaje que está detrás de este ensayo es Nikolái Leskov quien fue un escritor y periodista ruso. Benjamin al mejor estilo de Nietzsche con el Zaratustra, toma a un personaje poco conocido para plantearse algunas problemáticas de orden mundial. Leskov encontró en las leyendas rusas aliados en su lucha contra la burocracia ortodoxa.
En todos los casos, el que narra es un ser humano que tiene consejos para el que escucha. Mejor dicho, la narración no es estéril e idealista, sino que es un arte práctico que permite la comunicabilidad de la experiencia. Según Benjamin, “el consejo no es tanto la respuesta a una cuestión como una propuesta referida a la continuación de una historia en curso”[3]. Así pues, el consejo es sabiduría entretejida en la vida vivida en tanto que, gracias a las experiencias, el ser humano deja en la historia sus historias en ocasiones fragmentadas para que puedan ser conocidas, narradas y escuchas. En pleno siglo XXI hemos perdido el arte de narrar y escuchar. Vivimos en el mundo del “click” en donde todo tiene que ser rápido e insignificante. No nos tomamos el tiempo ni el espacio de escuchar las narraciones ni mucho menos somos capaces de narrar. Todos tenemos algo que narrar, esas son historias memorables. Nuestra existencia se ha reducido a informar y no a narrar. Ojalá esta advertencia de Benjamin nos despierte de nuestra falta de comunicabilidad: “El arte narrar se aproxima a su fin, porque el aspecto épico de la verdad, es decir, la sabiduría, se está extinguiendo”[4].
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