Eres presa
- Mauricio Sabogal
- 29 ene 2023
- 6 Min. de lectura
INTRODUCCIÓN
Para la realización de este relato, he decidido reconstruir mi historia y reflexionar cómo me he relacionado y qué percepciones-sensaciones he vivido en medio de cada contexto en el que me he encontrado. Por eso, en el texto se hará mención de sitios en los que mi vida ha transcurrido y los cuales, al paso de los días, meses y años han sido causales de mi subjetividad, formación humana, espiritual, cultural e intelectual. Este texto, de postura existencial, demuestra cómo nosotros, seres humanos, al buscar el sentido y la trascendencia de nuestra vida, estamos buscando un mejor lugar para lograr lo que sería el buen vivir. Pero, ¿dónde está ese lugar?, ¿dónde encontramos esa ciudad ideal?, ¿cómo ver nuestra ciudad invisible?
“ERES PRESA”
«Y Pilato exclamó “lo escrito, escrito está”»
Juan 19,22
Hoy, en esta noche oscura, en medio de mi habitación iluminada a baja luz, observando la humedad en la que se sumerge esta pequeña ciudad, sentado en una silla negra que da frente a un estrecho escritorio repleto de hojas desordenadas que dan la apariencia de estudio de algún anciano escritor, con algunas colillas de cigarrillo y dos botellas de vino barato, con un esfero en la mano, una hoja llena de tachones y escuchando Lithium de Nirvana, siento que por fin te haces presente. A esta hora, a pocos minutos de que suene el ring-ring, pitazo inicial que indica el arranque de otro rutinario día y el desfile hacia el trabajo, te has develado, te desnudas para que pueda acariciar tu belleza y oler tu fealdad. Al verte me produces placer y angustia, alegría y dolor. No puedo dejar pasar la oportunidad, hoy serás mía. ¡Hoy es la gran noche! Pero, por qué has demorado, ¡vamos continúa desnudándote! Sabes que tu espera inquieta y mortifica mi existir.
Hoy, después de muchos borradores, de escribir y tachar, de frustrarme y sentirme incapaz; después de muchas noches lúgubres caminando por calles desérticas o sentado en mi negra silla acompañado de una botella de vino y de algunos cigarros; tras leer a Kant, Espinoza, Kierkegaard, Heidegger, Nietzsche y Platón; luego de erizarme la piel y excitarme leyendo a Mendoza, Ospina, Márquez, Calvino, Hölderlin y Bukowski; después de buscarte en canciones y reflexiones que parecían apaciguar el suplicio de mi alma; de buscarte en majestuosas iglesias llenas de opulencia; de creer hallarte en predicas imposibles de retóricos de cuello blanco y de pensar ser uno de ellos; luego de muchos perfiles falsos creados para batallar la soledad en la que me tenías; después de miles de sacudidas rítmicas de mi cuerpo con ayuda de mi mano derecha mientras con la otra apoyaba el celular y, tras manchar sábanas de sustancias que podrían ser unos hijos malcriados y con hambre; después de un sinnúmero de trabajos, discusiones, peleas, viajes, alegrías, amarguras, borracheras…, me pregunto: ¿era necesario pasar por esto? ¿Qué has hecho de mí?
Y de repente, mientras los acordes y sonidos rasgados de “Us and them” de Pink Floyd retumban contra los muros de la habitación y, se hace una nube de humo y otro cigarrillo se hace ceniza, me digo a mí mismo: ¡era ineludible que fuera así!, no puedo olvidar el amor fati.
Te busqué en la Eterna primavera, pensé verte escondida en un bar, escondida entre protuberantes pechos zarandeándose de un lado para otro o, en medio de lindas caderas descubiertas, en medio de la música que los antiguos tildan de música mundana. Te busqué allí en medio de la lujuria. Recuerdo vivamente cómo me gustaba ir al parque de Itagüí, donde solía encontrarme con aquellas mujeres o, más bien, espíritus libres con provocativo cuerpo de guitarra, que viven sin hacer acato al pensamiento conservador. Allí fui en busca tuya, pensando que estabas presente cuando por unos pocos billetes una linda figura de piel tersa se movía solo para mí, donde espacio y tiempo por unos segundos desaparecían.
También recuerdo cómo intentabas hacerte presente en los planes de fines de semana con aquellos que llamaba hermanos, la mayoría gays, que se acercaban con doble beneficio, a los cuales no escuchaba, pero tampoco rechazaba por su orientación.
Pero me cansé de no verte, decidí cambiar de vida. Pregunté por ti y me dijeron que estabas lejos, al lado de las montañas. Viajé hacia la capital lechera, creí que te encontraría en la villa de san Diego. Allí encontré a los que se hacían llamar los Hermanos menores, ellos me dijeron que te podría encontrar en medio de los enfermos. Efectivamente allí te sentí cerca, te sentía en las manos calludas de un leñador o, cuando miraba el rostro alegre y los cachetes rojos de los niños que diariamente madrugaban, unos, para iniciar las labores del campo frio en medio de la niebla, u otros, para caminar tres kilómetros para llegar a la escuelita veredal. Recuerdo que te olí en el café dulce y caliente, te vi en el cálido trato de las ancianas sordas, cojas o encamadas que daban su mano para decir gracias. Sentí que iba por buen camino, pero al igual no te encontraba, mientras más cerca te sentía, más lejos te ibas, seguías siendo inalcanzable.
Empecé mis estudios de filosofía en la gran ciudad, lugar de oportunidades para algunos y de sufrimiento y estrés para la mayoría. Ciudad de heces, de malos olores; de trancones; de atracos; de muerte; de violaciones; de peleas; de vendedores ambulantes; de ratas; ciudad cultural y de trabajo en los buses rojos. Te busqué allí, en la ciudad estrato ocho; lugar de políticos; grandes empresarios; magnates y ladrones de corbata. Allí, en la gran capital, en la ciudad de los múltiples rostros, te vi a los centelleantes ojos por vez primera en una biblioteca; en la universidad; en los profesores; en las ponencias que hacía o exponían; en los debates y en las discusiones filosóficas. Allí te vi, nos vimos como cuando un adolescente con sus agitadas hormonas conecta su mirada con los ojos provocativos de una colegiala a la salida de la escuela. Te vi, pero te escondiste, te fuiste. Nuca volví a verte, hasta hoy.
¡Maldita! Me dejaste solo y huérfano en la Ciudad gótica de Mario Mendoza. Por eso te odié con todas mis fuerzas. Pero no me rendí, continué mi búsqueda. Te busqué como un detective con una lupa busca la huella clave, pero en vez de una lupa, mi herramienta y brújula era el marlboro y una botella de vino. Te maldecía en el Transmilenio, pero te buscaba en las estaciones plagadas de gente. Te maldecía en los semáforos, pero te olía en la hosca noche. Te busqué en el trabajo, pero te escondías en la bodega. Te busqué en unos ojos marrones, pero te escondías en la arrogancia.
Te busqué en un angelical y tímido rostro, pero te ocultabas en la lujuria.
Pero ahora, mientras injiero la última y amarga bocanada de cigarrillo y el “crunch” de la llama consume la colilla; cuando la lluvia ha sosegado y continúo tachando estas sucias páginas; mientras te tengo a ti retenida en la tinta del esfero que apreto con los dedos para no dejarte escapar, te reprocho el dolor que me has provocado. Ahora te castigo, ahora tengo control sobre ti. ¡No irás a ninguna parte! Aunque no puedo dejar la angustia de tenerte, aunque más desearía dejarte ir lejos y olvidarte para siempre, te poseo, eres mía. Esta noche serás mi objeto de masturbación intelectual, me llevaras al clímax. ¡No seas esquiva, te tengo!
Y para que no te vayas escribo estas letras con tinta borrosa y con los ojos inundados de alegría e iluminados de venganza. ¡Hoy vida mía, ciudad mía, quedas presa en este papel!, cielo y tierra pasarán, mas las palabras escritas se quedarán. Lo escrito, escrito está.
Por fin, mi ciudad invisible, que habitas en mi mente y corazón, tengo tus llaves, no puedes dejarme solo de nuevo. Te moldearé, te rayaré, serás mi nueva tinta; de lo intangible pasas a lo palpable. Ya no soy tu presa. Esto es amor puro. Nos pertenecemos. Veinticuatro años de devenir para este momento.
Hoy repito las palabras del santo de Hipona: “Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva. Yo te buscaba afuera, y tú estabas dentro, muy dentro, tan dentro de mí.”
Pero lo que me queda es la más ardua tarea del artista: develarte para hacerte tinta. Desde hoy serás sintaxis, semántica y pragmática. Y ¿sabes?, tengo dos ases bajo la manga, dos amigas, mis armas más poderosas, una en cada mano. Vamos filosofía hazte en la izquierda y, tú, bella dama, señora literatura toma poder de mi mano derecha que sostiene el lapicero, emprendamos el camino para desnudarla a ella. Tomen mando de mi vida, de mis percepciones, de mi subjetividad, de mis sentidos. Iniciemos este camino, estamos entrando a mi ciudad invisible.
CONCLUSIÓN
Silvia López en su texto “Percepción y creación de la ciudad. Método simbólico-semiótico del ciudadano para una re-creación de la realidad urbana” resalta la importancia de las percepciones del entorno, ya que el escritor, o ciudadano artista al producir su arte debe establecer conexiones entre su contexto físico y sus sentimientos. Esto deja claro que, al describir un lugar, el artista debe describir sensaciones, olores, sonidos, sabores, emociones, sentimientos, colores, entre más información que recolectan sus sentidos y procesa si mente; todo con el fin de exponer su arte de manera inteligible al lector u observador.
REFERENCIAS
• López Rodríguez, S. (2003). Percepción y creación de la ciudad. Método simbólicosemiótico del ciudadano para una re-creación de la realidad urbana. Gazeta de Antropología, No 19. http://digibug.ugr.es/handle/10481/7332
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