El vuelo del oso
- Jefferson Andrey Bustos Prieto
- 12 feb 2023
- 4 Min. de lectura
El sonido del viento silbaba por su paso entre las ramas de los altos y robustos árboles que extendían su sombra sobre el río en movimiento, el cual, bajaba del páramo con el agua pura y fresca que donaban al mundo los nobles frailejones. En eso, mientras el río corría y en lo alto el sol se desplazaba lento pero imponente en el cielo, un oso de anteojos, gordo y de oscuro pelaje, caminaba con la cabeza orientada hacia el suelo como siguiendo el paso de las hormigas que veía trabajando. Aquel oso, como de costumbre, a medio día se dirigía hacia el río a beber agua para refrescar el calor que sofocaba a todos los animales del Bosque Espeso. Durante una hora, pájaros, zorros, conejos, perros de monte y otros animales, se acercaban pacíficamente al río para beber y refrescarse en una tarde de calor. Era ya costumbre que el oso terminara su tiempo de hidratación antes que los otros animales y se dirigiera a uno de los árboles, ubicado en la orilla del río, para pasar un buen rato bajo su sombra. Allí, bajo la frescura de una sombra amplia y en medio de la brisa fresca que pasaba por entre su pelaje húmedo, tomaba una larga siesta que solía durar unas tres horas. Sin embargo, ese día sintió que no quería recurrir a su descanso cotidiano. Aquel día quería recostarse contra el árbol y mirar hacia el cielo despejado.
Mientras su mirada examinaba desde la sombra el alto cielo azul, hubo algo que robó su atención. Un enjambre de colibríes troquilinos revoloteaban alrededor de un grupo de plantas de lavanda que se extendían en la zona más verde y florida de la orilla del río. Los coloridos colibríes iban y venían pavoneándose de su capacidad para ascender y descender con tan gran facilidad. En ese momento el vuelo tranquilo y casi artístico de uno de ellos, el más pequeño y hermoso, se robó por completo la atención del oso que miraba aquel espectáculo con profundo interés. La curiosidad particular en esa pequeña ave hizo que el oso, sin darse cuenta, empezara a avanzar hacia las lavandas. Una vez se hubo acercado lo suficiente, se sentó con sumo cuidado para no espantar a las pequeñas aves y se quedó contemplando la belleza hechizante de aquel diminuto troquilino. Pasó un buen rato hasta que el colibrí se percató que era objeto de atención. De repente dejó de aletear con suavidad y se dirigió velozmente hacia lo más alto de las copas de los árboles como queriendo esconderse de la mirada del oso. Pero luego de un rato entre las altas ramas, se fijó que el gordo animal seguía mirando desde abajo. Entonces emprendió el vuelo directamente hacia el oso y revoloteó un rato a su alrededor. Mientras esto sucedía, el oso un poco confundido mantenía su mirada fija esperando a que el colibrí pasara frente a sus ojos. Entonces el animalito detuvo en frente su verde pico que casi tocaba la nariz de su espectador, cruzaron sus miradas y se quedaron así durante un largo rato. Parecía como si estuvieran comunicándose con solo mirarse. En efecto, el oso le transmitió su admiración al colibrí y el deseo que tenía de poder volar para que fueran juntos a ver el bosque desde el aire. Fue así como, algo extraño, que no me creerán, sucedió: el colibrí alzó el vuelo y tomó con sus patitas al oso desde el lomo y lo levantó en el aire.
Cuando empezó a ascender por los aires, el oso vio a sus compañeros del bosque más pequeños de lo normal, el aire se hacía un poco más frío y los árboles ya no se veían tan imponentes como antes. Una vez subieron lo más alto que pudo llegar la pequeña ave, el oso la miró y pudo darse cuenta que su mirada también le buscaba. Sintió, pues, un estrepito enorme en su interior que no conocía, no sabía qué era ello. Entonces el ave, con el lenguaje de su mirada, le indicó que ya debía bajar porque la noche se acercaba y no podría encontrar su nido en la oscuridad. El oso simplemente asintió a su aclaración, estaba tan consternado que únicamente se dedicaba a escuchar y comprender lo que el colibrí le decía. Cuando volvió a tocar el suelo con sus enormes patas, se quedó mirándole intentando preguntarle si volvieran a volar juntos, pero no pudo comunicarse porque en ese momento sus pensamientos y su mirada se encontraban aletargados por esa belleza casi divina. Sin embargo, el ave le dijo que pronto volvería para que juntos fueran a conocer la cascada que se encontraba río abajo y los cerezos que había en la parte sur del bosque.
Esa noche, como las noches posteriores al vuelo, el oso no durmió. Se negaba a cerrar los ojos más que para recordar la imagen de aquella pequeña ave que lo llevó a conocer su mundo desde arriba, a ver que los árboles no solo eran altos y robustos, sino también redondos; y también a fijarse que sus compañeros de andanzas eran tan pequeños como las hormigas que solía ver todos los días. El oso tomó la firme determinación de no dormir hasta volver a ver al colibrí, pues no quería que los sueños, los cuales no podía controlar, le arrebataran de su memoria la imagen de aquella presencia que hablaba a través de la mirada. Es así como el oso sigue, con su atención puesta en los cielos, expectante al regreso del pequeño colibrí. Cuando vuelva, tal vez la historia se pueda seguir contando y sus viajes se puedan seguir narrando, pero por lo pronto la espera mantiene en vela y en suspenso lo que el colibrí y el oso puedan seguir escribiendo con sus experiencias.
Ese oso tan encantador...
Si me haces viajar, hasta casi me quemo por el viento que golpeaba mi rostro en la altura, que buena narración
Me encanta , palabras que hacen viajar y recordar cosas muy buenas 😍