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Complejidad

“Yo soy yo y mi circunstancia”

José Ortega y Gasset

Prologo


Siempre me he preguntado cómo sería el origen de todo. Y es que esta pregunta ha permeado a la humanidad desde siempre y ha puesto en movimiento la mente y los sentimientos de aquellos que se dejaban atrapar por el bello arte de la reflexión. Y así, asombrándose desde lo más pequeño fue el hombre elaborando un grande escaparate consolidado con grandes bases y profundos cimientos. Lástima que ese ser, que se llamó a sí mismo razonante, considerara que aquello mismo que creó era algo que había descubierto, pues se encuentra sumergido y embebido de una dulce mentira de la cual, regularmente no es capaz de salir. Esto lo logran sólo aquellos que son capaces de olvidar lo que son y abrirse a una forma distinta. Y es que ciertamente no está mal crear lo que llamamos conocimiento, el equívoco radica en considerar que eso que el hombre crea es universal y que, además, haga un juego en el que supuestamente encuentra esa maravilla. ¡Qué miseria más infame! Que se olvide el hombre de eso y siga la senda de Dionisio, y así verdaderamente encontrará la felicidad. Mas no podemos pretender llamar felicidad a algo universal pues estaríamos cayendo, ciertamente, en la misma mentira que rechazamos, y aunque muchos crean que este es el mejor de los mundos posibles, la realidad es que a éste hemos sido arrojados para la muerte, ya depende de cada uno en específico definir cómo llegaría a la inevitable pascua.


I

El origen

El origen puede resultar ser la historia más fascinante de algo. Hay quienes afirman que un buen inicio devela el éxito de toda la obra. Bueno, cambiaremos ese paradigma, al fin y al cabo, lo hemos inventado nosotros mismos. Así, no todos los inicios son tan floridos y espectaculares como los que muchos muestran, sino que, por el contrario, son duros y desconsoladores porque no siempre las cosas van como se desean. No contar con todo lo que se necesitare puede ser un origen desconsolador, injusto y arbitrario. Pero condenar al universo por estar en esa situación no es la mejor de las vías porque en últimas, ¿quién es aquello que llamas universo para que te responda a las preguntas que le haces? Si se nace con poco no serás culpable de ello, pero sí si llegas a tu pascua con lo mismo o menos de lo que naciste. Y este es un punto que vivió alguien que conozco. Y aunque su interior es un abismo tan desconocido es capaz de mostrar a los demás un poco de su sí: Narciso.


La naturaleza lo arrojó en el mundo cuando era preciso que estuviera. No podemos afirmar que lo trajo antes o después de su época: era el tiempo en los tiempos. Y también en el lugar que debía estar. Así, la ciudad del apóstol fue la que vio encenderse la estrella del pequeño niño que debía enfrentarse de cara a los demás para que pudiera sobrevivir en un mundo como de lobos rapaces dispuesto a devorar. Y digo que vio encender su estrella porque a esta criatura se le ocurre respirar el día nono del mes del perro de Efraín y María, cuando corría el año milésimo noningentésimo nonagésimo sexto, a la jornada sexta del septenario, luego de que el día iniciara a la hora contraria de la muerte del Nazareno: por eso brilló su estrella, pues en el crepúsculo de su familia brilló e iluminó.


También iluminó porque hacía ya muchos años la familia de la matriarca, la señora Azucena de la Roja, no tenía la alegría de recibir del cielo una bendición como ella, mujer de nobles sentimientos y labradora, les llamaba. La doña era la progenitora de tres espíritus tenaces y al mismo tiempo adorables. Ellas fueron fuertes como terremotos, sencillas como la brisa y brillantes como un relámpago. Margarita, Petunia y Gardenia eran sus nombres. De la primera nació Narciso de la Roja.


II

La familia de la Roja

Al oído del espectador podrían imaginarse que el apellido de la Roja responde a una familia boyante y de alto abolengo dentro de la ciudad del apóstol. Sin embargo, cae en grande error quien así lo creyere. ¡Maldita forma de proceder quienes por lo sonoro de un fonema o por la fermosía de una palabra expresan un juicio ciego! Eso ya es costumbre entre muchos que, desconociendo causas, afirman y creen consecuencias. La flor primera queriendo tener a sus tres florecitas con las mejores aguas, siempre trabajó hasta que su tallo fue cortado; y aunque fue mucho lo hecho no logró alcanzar a ver en vida lo que ella siempre quiso. Así, Narciso nace en el mismo ambiente con pocas cosas, a veces hasta con precarias situaciones, pero nunca sin algo que comer. Siempre, el universo que sus mayores mencionaban les proporcionaba algo de alimento en su diario vivir. Su hogar era pequeño y restringido para albergar una familia grande como la de la Roja pues, además de su progenitora, sus tías y su nona; también vivía la niña Dalia, su hermana, los hermanos Nardo con su progenitor, y el pequeño Narciso.


La vida hizo que esta familia creciera no en el mejor de los huertos sino en uno con poca comodidad. No se veía a su mesa manjares diarios, lujos es sus salas ni lechos de plumas. Era, en cambio, muchas las incomodidades que vivían diariamente. La lluvia los sorprendía en las noches de abril, así como el ardiente sol les sofocaba en las bochornosas tardes del mes del Sagrado Corazón. A veces, en las noches sufrían por la desolada obscuridad y sólo a la luz de una pequeña candela se reunían en torno a recordar la vida que venían viviendo. Salían corriendo por el estrecho callejón que los comunicaba a la calle principal cuando, por circunstancias adversas, quedaban sin el suministro vital y con la vieja múcura llevaban y traían el precioso líquido. Fueron, en fin, tantas y cuales las precariedades que tuvo la familia de la Roja, pero que, a pesar de eso, aprendieron a sonreír; y ese fue una de las más bellas herencias que le dieron al pequeño Narciso.


III

Narciso de la Roja

“No dejes, nunca, en ninguna circunstancia, perder la sonrisa que tienes”. Esta frase ha marcado, desde que Narciso tienen memoria, su vida. Y es que el pueril retoño, ante la más ínfima expresión de cariño o de afinidad con algún otro ser de la naturaleza, explotaba de expresión ante aquellos que tenía en su alrededor. Hermosa expresión de nobleza la del circunspecto crío, que como una flor que lo toca el viento, o ante la caída del agua de lluvia en sus pétalos, queda inmóvil por un momento, y luego se abre para mostrar su belleza natural. Ese es Narciso, alma cándida y noble, pero que sólo se abría ante aquellos que consideraba eran dignos de su belleza, máxime cuando expresaban el amor hacia él.


¡Cuán infantiles resultas ser, querido Narciso! Sólo eres capaz de abrir tus pétalos sólo frente a quien es capaz de contemplar tu belleza interior, y no sólo la fachada que lleves en tu cara. Que no se te olvide, pequeña flor, que no eres más que una gota en un inmenso mar.


El pequeño de la familia de la Roja, aunque con pocas cosas, siempre propendió a buscar lo mejor. Es extraña esta forma de actuar, pues nunca gozó de lujos en la parcela de su hogar, sino que, fueron abundantes las precariedades. Empero, el infante siempre quiso tener lo mejor, así fue creciendo en cuerpo y en mente. Estaba siempre dentro de su concepción, a veces dogmática, el querer crecer más allá de lo que su tallo se lo permitiera. Y dentro del caos que puede encontrarse en un universo como el que vive los de la Roja, Narciso encontró la forma de regarse y crecer, aunque eso implicara salir del lugar que lo vio nacer.


Pero ¿cómo, miserable, pretendes salir del fango que naciste? ¿Acaso eres tú mejor flor que aquellas que crecieron contigo? ¿Puedes quitar la mugre que tienes encima para brillar más que aquellos que en sí mismos brillan?


Mas Narciso no comprendía el fango aquel como una deshonra, sino que, por el contrario, veía en él sus raíces, su origen. Sin embargo, esto no evitó que buscara del agua de aquel manantial que era capaz, por sí misma, de cambiar, desde el interior, lo que era el exterior. Y poder, crecer no como una flor endeble sino, por el contrario, fuera aquel lustro que todos admiraban.

¡Qué vanidad la tuya, pequeñuelo! Le haces honor al nombre que portas pues, aunque conoces tu pequeñez, quieres mostrar a otros algo que en ti es una mentira, y que será recordada por los demás como la historia de un error. ¡Ay, pobre Narciso! ¡Qué peso tan grande tendrás que llevar a tus espaldas por tanto tiempo! No sabes lo que haces, belleza. Estarás atado bajo el peso de la hipócrita moral que te aplastará como una roca a un pedazo de carne en el mesón. Llegará el día en que te desplomes y verás si lo que haces, en realidad, es la vida que quieres llevar. ¡Pobre Narciso! ¿Cuánto dolor y sufrimiento no tendrás que aguantar por continuar una facha que tú mismo iniciaste? Ya verás que no siempre se tiene que ganar.


IV

El curioso

Sigiloso, a veces, circunspecto, callado, taciturno; también nefelibata, y algo meditabundo; curioso. Desde que se avizora en tierra la pequeña estela de la pobre planta, se aprecia que, ante lo desconocido tiene curiosidad; ante lo obscuro, fisgoneo; ante aquello que no logra apreciar en su totalidad, merodeo. Así es el pequeño Narciso, un curioso, que como que camina sigilosamente por las alturas del arrabal intenta tener dominio de aquello que está en su alrededor. Y es que el pueril de la Roja se creyó que, entre más conocimiento tuviera, más poder podría atesorar; y en ese intento depravado de acumular lo intangible, empieza la ardua tarea de ir detrás de las huellas de la episteme. Cosa rara en los de la Roja, pues poco o nada estudiaban. Doña Azucena de la Roja nunca, aunque quiso, conoció el universalismo de la academia, tampoco sus hijas, entre ellas, la señora Margarita quien era la madre de Narciso. Fue poco de eso que los humanos llaman conocimiento lo que le pudieron brindar al pequeñuelo, mas esto fue suficiente para crear en el deseo de querer saber más. Y así, de a poco a poco, empieza la estrellita a labrarse un camino de saber que le ocasionará amor y odio al mismo tiempo. Pues él sentía que avanzaba cuando tomaba algo nuevo en su mente, y eso lo reflejaba en su actitud altanera y prepotente, cosa que detestaban los demás, pues aquel que con lo que sabe se suma en su soberbia, no sirve sino para dejarlo solo con eso que dice saber. Sin embargo, bastante le tocó caminar a este vástago de la Roja antes de cambiar, eso que algunos llaman, parte de su esencia. Mas algo que nunca dejó fue su comprensión de esa bella esfera, aunque artificial, que llamamos conocimiento, como aquella que da el progreso y la madurez.


V

“Scientia potentia est”

Pasados tiempos dentro del tiempo, y dejadas a tras muchas futilidades, Narciso, ya de otro semblante, no es el pequeño de la familia de la Rojas, ya se considera en su mayoría de edad, aunque bastante le falta para comprender el grande significado de ello. Y ahí en el lugar donde llevan a los críos, donde crecen y cambian, ahí es donde nuestra imberbe estrella afianza candentemente su idea de que el conocimiento es poder. Ahí, crece su ego, pero también su pensamiento. Esto se ve reflejado cuando en aquellos días de los inicios de la primavera éste se posesiona como el eminente entre los demás: se hace el primero entre todos. Y esto a base de su capacidad de persuasión. ¿Cómo es posible que un pobre miserable llegue a esto? Muchos se lo preguntaban, pero es que este jovenzuelo tenía dos ases bajo la manga que se articulaban en su persuasión: su sonrisa y su conocimiento. Con estas dos logró captar la atención de todo el rosal, y salir victorioso en el intento. Y así se mantuvo hasta que también terminó ese tiempo dentro del tiempo.


VI

El después

“Nunca cambies tu forma de ser”. Narciso ya ha cambiado, y a mayor gloria del morbo, se encuentra bajo una estructura centenaria que a veces aplasta sus pétalos. El problema radica en que él en busca de su poder, y también intentando huir a su vida, sale del jardín en el cual brilló y se va tras los pasos del francesito, una senda distinta pero que él en algún momento deseó. Esa vía parda le abrió mucho más su deseo de insaciable de conocer. Abrirse a nuevos mundos que en algún momento parecieron inalcanzables; conocer a otros que con un nivel que a sus ojos eran nunca vistos; experimentar sensaciones nuevas, lo formaron en gran parte de su pauperista existencia. Habiéndose vestido de café, se le abrió su psiché, pero también aquello que se encontraba oculto, su humanidad. Ahí fue cuando se sintió verdaderamente vulnerable, incapaz de mantenerse erguido en su ego: ese fue el momento cuando se doblegó el ya no pequeño de la Roja.


¿Sí lo recuerdas, mi querido Narciso? ¿Recuerdas donde te llevaría tu avaricia de poder desenfrenado? Aquí. Era necesario que sufrieras, lloraras, padecieras para que aprendieras que al que a hierro mata a hierro muere, y que, aunque no lo hicieres con las manos, sí con tu vida. Dímelo, ¿a cuantos no mataste con tus palabras rimbombantes y ostentosas? Tú que te creíste mejor que muchos, dímelo, ¿por qué ahora lloras? Sientes pues la soledad que recae sobre ti, porque uno, que es más fuerte y miserable que tú, ha puesto su pie encima de ti. Pero no llores, aún eres pequeño, ya te llegará la calma, mas nuevamente el caos.


Empero estas circunstancias dolorosas que acrisolan el corazón de nuestra flor lo hacen cambiar. Ya su mirada no se ve tan altanera ni sus palabras tan hirientes. Pero también hubo algo catastrófico: eso que tenía como su más grande tesoro, eso que le hice merecedor de tantas cosas y triunfador en tantas otras, ya no estaba. Su sonrisa se había ido. Su cara estaba sombría, y aunque reía, no era sino una falsa simulación de lo que los demás querían ver, y que él, hipócritamente, mostraba.


Narciso, qué tragedia tan grande. Cómo pudiste perder ese bello regalo de tu familia humilde. ¿Por qué, estrellita, por qué? No fuiste capaz de serle fiel a ella, la dejaste por otro, preferiste la seriedad antes que la expresión cándida en tu rostro. Esto sí es miseria Narciso, qué grande tragedia.


Al darse cuenta el imberbe tallo que ya su rostro se había obscurecido, entonces decide irse de ese lugar en donde había perdido su luz, pero donde también había amado y odiado, sido querido y despreciado. Y retorna al lugar del cual salió.


“Narciso, por favor, Narciso no te vayas, quédate con nosotros que ya ha pasado el tiempo y es tarde”. Mira tú, cómo te piden que te quedes, mas tú, sin embargo, estás empecinado que tú tiempo ahí terminó, ¿quién sabrá si la razón tendrás o no? Entenderás el peso de una decisión.


VII

Otra vez

Duelo. Es lo que define este retornar del, ya no sabemos si pequeño o grande, maduro o inmaduro, Narciso. Primero eufórico, luego, ¿cómo llamarlo?, meditabundo. Empieza a vivir otra vez la vida de la cual había salido. Y con ánimo dispuesto decide reconstruir, de a poco, su vida, que parecía estar acabada y derruida. Esto puede parecer una grande contradicción, pues primero siente la euforia de simular una salida victoriosa, y después pareciera que se encuentra sumido en amargura o, por lo menos, sí perplejo por aquello que se encuentra. Retornar a su origen tal cual es, hace que la nostra stella se sienta a veces, fracasado. Empero, encuentra algo que antes no notaba tan explícito: el amor de su familia. Narciso empieza a vivirlo más plenamente, más consciente de ello. Y así, como agradecido con su Dios, encuentra su origen como la más fascinante historia de alguien.


Epílogo

Misterioso aquel momento de incertidumbre que todo ser mortal tendrá que vivir. Ante la idea de la muerte nos aparece la pregunta ¿Qué será después de vivirla? Y ante esta situación resulta una dicotomía inevitable: quienes tienen su trascendencia y quienes creen en la inmanencia. Yo creo en ambas. Ante la angustia, de la miserable existencia que se lleva, surge la necesidad de encontrarle sentido a ese barco sin puerto, sin velas, timón ni ancla que puede ser la vida misma cuando no se tiene rumbo. Así, vivir un proyecto programático que le indique al hombre la bondad y el amor hacia el otro será siempre una apuesta maravillosa para quienes se sienten vacíos. Pero ¿cómo es esto posible? Una de las preguntas más habituales para aquellos quienes entran en el bello mundo de la filosofía: ¿crees en mitos? Puede que sí, y ¿cuál es la maldad en creer en un mito? No es algo nuevo, sino antiguo como la misma humanidad. Si eso que llaman mitos son capaces de transformar mi vida y la del otro, ¿por qué no creerlo? Mas, podrían preguntarme, ¿no pues que todo es inventado? Sí, hemos hecho una construcción de todo, y eso no es lo malo, lo malo es creer que eso que creamos es en sí mismo. Si soy capaz de cambiar mi forma de vivir, por la alegría mía y el bien de los demás, a raíz de una creencia, entonces estaré viviendo una inmanencia que tendrá su culmen en la trascendencia: mientras sea útil para mí y para el otro, siempre será motivo de alegría y gracia creer en el Totalmente Otro.



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