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La disidencia de género: una lucha, una resistencia

¿Son el sexo, el género y las identidades unas cuestiones ya establecidas de forma “natural”? Esta pregunta me surgió a lo largo de la semana a partir del estudio de un texto muy interesante titulado Sexo, género y feminismo: tres categorías en pugna, de la autora Gabriela Castellanos Llanos. Allí la autora expone algunas posturas distintas en torno a la definición de términos como sexo, género y feminismo y su desarrollo en medio de la sociedad y la cultura. Sin embargo, mi intención no está encaminada a seguir con la discusión de términos. Quisiera invitar al lector a reflexionar, más bien, en el significado cultural, social, político, económico que Occidente ha impuesto a estas situaciones de identidad sexual o de género – dejando claro que son más que mera terminología -.


Cuando hablo de Occidente, me refiero a todos aquellos elementos que quedan en nosotros como resultado de la influencia y expansión europea como, por ejemplo: pensamiento, creencias, religión, ideologías, sistemas económicos, sistemas políticos, etc. De todos estos elementos resulta una visión específica del mundo que, entre otras cosas, siempre ha tendido a imponerse sobre visiones diferentes a la suyas. En otras palabras, es como si Occidente nos hubiese puesto “a las malas” unos lentes que hacen ver el mundo de cierta forma e impidiese verlo desde perspectivas distintas. Ahora bien, el gran problema es que la mayoría de las veces ello se ha normalizado, nos hemos acostumbrado a esos lentes occidentales y no nos cuesta quitárnoslos.


A partir de esto, sale a la luz el problema de la imposición occidental de pensar lo femenino y masculino como una forma determinada por lo biológico y una serie de estereotipos definidos que pretenden establecer lo que es ser un “hombre” o una “mujer”. Con esto quiero dejar claro que es una visión occidental, ya que existen culturas diferentes a esta que no tienen la misma concepción binaria de lo sexual. Un ejemplo de ello es la cultura Winti ubicada en el estado de Surinam, cerca de las Guayanas francesas. Esta comunidad, según Gabriela Castellanos, tiene una comprensión amplia del “yo”, es decir, que es un yo dinámico que se mueve constantemente entre las diferentes identidades de género.

De lo anterior, y como ya dije unas líneas arriba, se desprende el problema de la imposición de una perspectiva, si se quiere, arbitraria de lo que es la “mujer” o el “hombre. Además, el problema de normalizar culturalmente esta perspectiva es lo que provoca tanto escándalo e indignación en sociedades como la nuestra - la colombiana - a la hora de hablar de identidad, sexo o género. Veamos esto como si existiera una línea que lo determina todo, que dice que al yo nacer dentro de un cuerpo entendido socialmente como masculino, debo actuar de cierta manera, sentir atracción hacia determinados cuerpos e incluso pensar de determinadas formas. ¡No hay nada más arbitrario y que coarte la libertad personal que una perspectiva como esta! Se lucha por la justicia social e igualdad para todos, mientras se discrimina a los que no piensan, sienten o viven como queremos. ¡Hipocresía!


¿Y qué se hace frente a ello? Esta fue una pregunta que pensé al reflexionar en torno al tema. Una palabra que podría expresar algo frente a esta problemática es la “disidencia”. Sí, la disidencia a ese cúmulo de estereotipos que pretenden imponer una forma de pensar, sentir y actuar que históricamente se ha construido por las clases hegemónicas y “moralmente correctas”. El ir contra el sistema de prejuicios, acudiendo a un desarrollo personal y de la identidad de forma libre, es una lucha constante que muchas personas deben enfrentar. Por ello es que la disidencia en términos de sexo, género e identidad, es una resistencia, pero también una lucha constante.


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