Memoria del Paro Nacional – 03 de mayo de 2021: “La glorieta de Siloé, campo de batalla”
- Marlon David Rojas
- 3 may 2023
- 6 Min. de lectura
Recuerdo muy bien que luego de unos pocos días, seis para ser exactos, de haberse iniciado en todo el territorio del país el llamado “Paro Nacional” para el día 03 de mayo del 2021 la Iglesia Católica y las diferentes iglesias cristianas, junto con otras instituciones estaban invitando a reunirse en la glorieta de Siloé (que luego se haría famosa) en Cali, para una jornada de oración y petición por los desaparecidos y muertos que llevaba hasta el momento las movilizaciones; las cuales fueron reprimidas de forma violenta por el Estado; y suplicar por la paz en la ciudad y el resto del país. En dicho lugar había un gran número de personas reunidas para realizar el cometido propuesto, simplemente orar y encender velas y cirios. Había presencia en el lugar, también, de los jóvenes llamados de la primera línea, sin embargo, ellos no estaban presentando ningún disturbio ni alteración del orden en ese espacio.
Todo pintaba bien. Había cantos de alabanzas, intervenciones religiosas, momentos de oración y silencios en memoria de aquellos caídos: el espacio parecía ser de paz. Estando así, sin dar aviso, llegó al lugar un helicóptero de la policía nacional, el cual empezó a sobrevolar el lugar. Nadie, en ese momento, entró en pánico, pues no estaba ocurriendo nada fuera de lo normal, por lo que los pastores y sacerdotes que se encontraban en el lugar siguieron con sus oraciones, cantos y súplicas. Empero, pasados aproximadamente diez minutos, se empezó a sentir en el ambiente y en el aire una sensación de pesadumbre. Los niños que se encontraban en el lugar fueron los primeros que empezaron a tener una reacción alérgica. De un momento a otro, estaban con sus ojos irritados y llorando de la desesperación. ¿Qué era? Del helicóptero estaban arrojando gas lacrimógeno, con el fin, seguramente, de dispersar a las personas. De la desesperación la gente empezó a gritar hacia arriba pidiendo que se detuvieran, que había niños presentes.
La gente empezó a retirarse lentamente, empero empezó a ocurrir algo extraño, de los edificios y unidades residenciales que se encuentran sobre la carrera 50 y la calle 1, la gente comenzó a salir a sus balcones y ventanas con cacerolas y ollas en las manos. De un momento a otro lo que se escuchaba era el sonido de golpes a los trastes utilizados en las cocinas, sin embargo, quienes estábamos ahí, no comprendíamos a qué se debía esto; desconocíamos que ellos nos estaban dando un aviso: de un momento a otro hubo un sonido estruendoso, la tanqueta del ESMAD se encontraba en el lugar, iniciando otra batalla campal.
Aquel bochornoso día, estaba junto con mi hermana, mi sobrina, mi cuñado y unos amigos, simplemente estábamos haciendo un acto, en el que la piedad era la prioridad; sin embargo, al sentir el terror por lo que venía, nos dispersamos; salimos a correr todos por su lado, y no supe, en ese momento, más de ellos. En medio del alboroto, y atónito por lo que estaba ocurriendo, cayó en frente mío una granada de gas lacrimógeno. Anteriormente, había visto a lo lejos cómo las tiraban de un lado a otro, pero al verla ahí, en frente de mis zapatos café sentí el verdadero miedo. Puede que, por un instinto de supervivencia, diría Spinoza, por un conatus que nacía en mí, de una patada temerosa la tiré lejos y empecé a moverme: si no hubiera sido por ello, seguramente no hubiera salido de la estupefacción. En ese momento, llevaba conmigo una pequeña botella con lecha y bicarbonato. Esto lo llevaba por prevención, pues, aunque la intención era de paz, no estábamos libres de esa situación.
En ese momento, empecé a correr buscando a niños y personas mayores que estaban en el lugar, y que se veían afectados por los gases lacrimógenos, pues esa mezcla ayuda a reducir el ardor y la comezón. Sin embargo, era tan poco lo que llevaba que en un abrir y cerrar de ojos, claudicó. En ese preciso momento, me encontré con un viejo amigo que estaba en su moto. - Él me preguntó: Marlon, ¿en qué te ayudo? Yo del desespero y la impotencia le respondí: - leche, necesito leche. Él me llevo a la casa de unos amigos, y ahí volví a abastecerme con el lácteo, y nuevamente me llevó al lugar.
Estando de nuevo en la glorieta de la resistencia y de la guerra, seguí repartiendo, esta vez la leche sola; pero a todas las personas que seguían saliendo del lugar. En ese momento la adrenalina se apoderó de mí, y me metía cada vez más. Sin embargo, ese arranque de furia y euforia se vio menguado por lo que siguió adelante. Empecé a escuchar disparos, ahí saqué mi celular y empecé a grabar, y gritar como loco: - “En Siloé están disparando, están disparando en Siloé. ¡Ayuda, ayuda!”; video que luego me encontré en una página de un diario de la ciudad. En ese momento quedé seco del susto. Y como si me hubieran llamado, giré mi cabeza hacia la derecha, cuando en ese momento vi cómo caía al suelo un joven, de aproximadamente 19 años. Aún recuerdo cómo se desplomó ese muchacho y el lago de sangre que se hizo alrededor de él. Había caído muerto, pues su cuerpo quedó inmóvil e inerte. En ese momento, recuerdo que le di la bolsa de leche a alguien, no sé a quién, y salí a correr hacia un lugar seguro.
De camino me encontré a un señor ya anciano, el cual poco se podía mover. Le dije que huyéramos de ahí, pues estaban dando bala. El pobre no podía movilizare. En ese momento llegó otro joven, y entre los dos lo movimos y lo pusimos en un lugar medianamente seguro. Hecho esto, volví a correr. Sin embargo, el terror se apoderó mucho más de mí cuando escucho por otro lado, mucho más cerca, los disparos de cañón.
El barrio donde se dio esto, se llama Belisario Caicedo. Este barrio tiene dos entradas, una por la carrera 50, y otra por la 52 con calle primera. Resultó que el ESMAD, tomó esta segunda vía y se adentraron al barrio por ahí; tomando, como por emboscada y por sorpresa, a quienes estábamos en el lugar, es decir, actuaron a traición y por la espalda. En ese momento tomé un camino alterno. A lo lejos y entre las casas los veía pasar con fusiles como si fueran a combatir a guerrilleros o paramilitares. Yo corría y corría, y escuchaba cada vez más los disparos. En ese momento de angustia, recibí una llamada: eran mi mamá y mi tía: “¿Usted dónde está?, me dijo mi tía, espero no esté por allá abajo”. Yo, para evitar su angustia, le dije: “Estoy en la casa”. – “¿Seguro?”, me dijo ella. – “Seguro”. Luego ella me preguntó: - “¿Y su hermana dónde está?” – “En su apartamento, me imagino”. Y lo último que me dijo mi tía: - “Marlon por amor a Dios mucho cuidado”. – “Sí señora, le respondí”. En ese momento colgué y quedé detrás de un muro con el corazón en la mano. Esa corta conversación la tuvimos entre gente corriendo, gritando y con disparos de fondo.
En ese momento, seguí corriendo, buscando llegar a la casa de mis amigos, en donde se supone que debían estar los demás. En el camino, me encontré a un amigo y mi cuñado. Éste me dijo: - “Siga corriendo, vaya que nosotros ya llegamos”. Ellos llevaban en una moto unas bolsas de leche. Yo seguí corriendo hasta el lugar, y al llegar encontré a mi hermana, mi sobrina y unas amigas en un mar de lágrimas; ya me sentía un poco más seguros. En contados minutos llegaron nuevamente mis amigos, y nos encerramos.
Sin embargo, el terror no paró ahí. Escuchar a toda la loma de Siloé con cacerolas, ollas, voladores y equipos de sonidos reproduciendo el Himno Nacional era algo que nos inquietaba más. Se escuchaban disparos y gente gritar despavorida. Fue una noche horrible, y más al ver que nos censuraban; que todo lo que denunciábamos por redes sociales era bloqueado: cómplices de ello fueron Facebook, Instagram y Twitter. Ese terror se extendió durante toda la noche y madrugada. Y más al ver cómo llegaba un camión del ejército, con soldados armados hasta los dientes, y que iban puerta por puerta tocando a ver quién salía. Como yendo detrás de ratas a las cuales se quieren cazar. A eso de las tres de la mañana se sintió una paz, pero una paz tensa, una paz falsa. En ese momento me pude dirigir a mi casa, la cual es cerca de donde estaba. Corriendo, nuevamente, llegué a ella. Me adentré a mi habitación, y ese resto de madrugada la pasé en vela.
El terror se extendió por muchas noches más.
Quien lo vivió, sabe lo que ocurrió verdaderamente.
Marlon David Rojas
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