top of page

El problema de la imposición del escuchar

Actualizado: 4 dic 2022

Hace un par de semanas iba en el Transmilenio de la ciudad de Bogotá. Me dirigía hacia un lugar para poder compartir con unos compañeros un pequeño bocado, una cerveza y la vida misma. Todo iba normal, en el marco de lo que se puede llamar normal en la capital, pues realmente problemas son muchos los que uno ve en esta ciudad, sin embargo, esos no son los que convocan en ese momento. Volviendo a la línea que traía, todo estaba normal, cuando en un momento se sube en una de las estaciones del transporte masivo un vendedor ambulante, de los mismos que pululan en este sistema vehicular. Yo esperaba que empezara a recitar el mismo discurso automatizado de los vendedores ambulantes del Transmilenio:


“Buenos días a todos, qué bonito es saludar y ser saludado. Quiero ofrecerles este rico y delicioso caramelo. Lleve uno en $500, tres por $1.300. Agradezco a las personas de buen corazón que me quieran ayudar”.


Sin embargo, este no fue el discurso que empecé a escuchar mientras me sostenía del barandal sucio del Transmilenio, y me sentía asfixiado por el gran número de gente que había a mi alrededor. Por su parte, las palabras de este “vendedor” eran rudas, fuertes, y por mucho violentas. Su verborrea aterradora era algo como:


“Miren, yo vivía robando en las calles, y por eso, estuve en la cana” .


Empero, ahí no paraba, continuaba:


“Ustedes todos me ignoran; pero si los estuviera robando, entonces sí me escucharían”.


Esta última proposición que por mucho es tosca e intimidante constantemente volvía a ser enunciada, como buscando generar pánico y terror frente a ese individuo que la emitía. Y es que, sin lugar a duda, generaba la paranoia más grande que podía hacerse. Era tanta que no me retiré del bus porque iba con otros amigos, de lo contrario me habría retirado lentamente de ese lugar en el cual me sentía inseguro.


Ahora bien, a partir de esta situación podríamos reflexionar sobre el problema de seguridad que tenemos en la capital, y en todo el territorio nacional. Sin embargo, no quiero dirigirme a esto, no porque no sea un tema importante del cual hablar, sino porque quiero develar algo que reflexioné en ese momento mientras iba en el Transmilenio. Entonces, ¿de qué quiero hablar?


En ese corto momento, aunque para mí fue eterno, reflexionaba que hoy en día creemos que tenemos el derecho hipostático de ser escuchados, sin importar la condición volitiva de mi receptor. Es decir, en palabras cristianas, que el otro sí o sí tiene que escucharme, simplemente porque soy un ser humano. A primera vista, esto podría parecer verdad, sin embargo, debe ser matizado pues la idea no es tan verídica como parece.


En primer lugar, una cosa es el derecho de ser escuchados, y otra es la imposición que le hago a otro de escucharme. Son dos cosas totalmente distintas. Yo tengo el derecho de ser escuchado en un juzgado, en una sala penal, incluso, porque no, en la radio o televisión. Yo tengo el derecho, es decir, en algún momento puedo gozar de él. Mas no por ello tengo el derecho de querer imponer mi discurso a otro, no tengo el derecho de imponerle a otro que me escuche. De ahí que aquel vendedor de Transmilenio no tenía el derecho de querer imponernos a quienes íbamos en el bus de que lo escucháramos. En ese orden de ideas, estaba aplicando el derecho del más fuerte que criticaba Platón en su célebre diálogo El Gorgias: dado que yo soy más fuerte que X, entonces yo me le impongo reduciendo todas sus facultades. Y es que, a mi juicio, el problema con este susodicho vendedor de Transmilenio, que irónicamente nunca ofreció ni vendió nada, sino que sólo pidió dinero, radica en que está negado la posibilidad de que el otro decida si lo escucha o no, es decir, está negando la libertad de la decisión de otro individuo. Y en estos términos, vemos cómo va cambiando el panorama. El “vendedor”, llevaba un lenguaje hostil, sin embargo, esto era la manifestación de una realidad interna: el deseo de coartarle la libertad al otro, para imponer su voluntad; ejercer sin más cuentas el derecho del más fuerte.


Esta situación no pone de manifiesto varios problemas, a saber: 1. las desigualdades económicas, sociales y educativas que tenemos en nuestro país, que son evidentes, y que por este mismo hecho las hemos naturalizado a tal punto de ignorarlas; 2. La moral de nuestra sociedad que, a partir de las condiciones arriba enunciadas se ha deteriorado tanto que, incluso, la libertad misma se ve afectada; 3. La violencia sistemática e intencional para conseguir un fin, en este caso por medio del lenguaje, el cual se vuelve un dispositivo para ello. Esto muestra una constante decadencia en una sociedad que se quiere mostrar como dada al cambio y el progreso, es decir, una hipocresía social; que por medio de su lenguaje expresa la podredumbre que lleva en sus entrañas.

Comments


bottom of page