El fútbol y la conciencia colectiva
- Marlon David Rojas
- 8 feb 2023
- 4 Min. de lectura
El pasado viernes 03 de febrero, junto con otros hermanos, nos disponíamos para trasladarnos hacia el Estadio Nemesio Camacho – El Campín de la ciudad de Bogotá, para poder apoyar a la selección Colombia Sub-20 en la disputa que está llevando a cabo en la Copa Sub-20, y de la cual llegaba a la segunda fase: estábamos listos para vivir la llamada fiesta del futbol. Fue, en primer lugar, un recorrido un poco largo en el desplazamiento por medio del Transmilenio que, como era de esperarse, estaba a reventar en sus buses. Mientras iba en él pensaba sobre las tantas historias que podría encontrar ahí: relatos, vivencias, desencuentros, angustias, alegrías… Llegados al estadio quedé estupefacto ante el río de gente que veía ante mis ojos, quienes de una forma apresurada intentaban entrar al recinto. Nos dispusimos a hacer una fila que, sin exagerar, alcanzaba a dar la vuelta a una de las manzanas aledañas al lugar; afortunadamente avanzaba a buen paso, y en menos de diez minutos ya nos encontrábamos cerca a la entrada.
Cuando ya pudimos entrar totalmente al lugar de la disputa es imposible no impresionarse al ver “el gentío” tan bárbaro que se encontraba a la expectativa de lo que ocurriría. Y pensé nuevamente: ¿qué historia esconde cada uno de ellos? La espera fue poca cuando en las bocinas del estadio empezó a sonar el maravilloso Himno de nuestra Nación. Las fibras se movieron, la piel de erizó y alguna que otra lágrima se escapó cuando, a un solo coro y con potente voz, en todo el lugar empezó a escucharse: ¡Oh gloria inmarcesible, oh júbilo inmortal! Seguramente hasta el más apátrida y antisocial, se convierte en una sola alma para entonar los versos compuestos por Núñez, adornados con la melodía de Síndici. Posteriormente iniciaba el certamen que nos congregaba, y la emoción no menguaba, por el contrario, se acrecentaba. Es impresionante cómo todo un lugar, repleto de masas, se vuelve prácticamente uno solo. La impaciencia, la angustia porque no le anoten un gol al equipo que se apoya, el desespero porque anoten un gol en la portería contraria; pero también la emoción por el gol anotado, las barras, la ola, las pujas al ver que por poco nuestro equipo recibía una anotación, en fin… Ciertamente estábamos en una conciencia colectiva, por la mente de todos los asistentes pasaban, seguramente, los mismos pensamientos, aunque cada uno tuviera un mundo distinto en su interior.
Precisamente, eso es aquello que más me llama la atención: ¿cómo es posible que en realidades tan diferentes se evidencia una homogeneidad frente a una situación? ¿Cómo se puede lograr que una multitud asuma un mismo sentir? De ahí me preguntaba, también: ¿es esto una conciencia colectiva? Claro está que es un poco apresurado afirmar que en ese momento todo el estadio participaba de una conciencia colectiva, empero, según mi juicio, no está lejos de ser totalmente una. En ese orden de ideas, cabría pues la pregunta: ¿qué es aquello que llamamos una conciencia colectiva? ¿cuáles son sus elementos? Es más, ¿qué es una conciencia? Si solamente asumimos que la conciencia radica en la capacidad cerebral que tiene un ser vivo, “animal” o humano, entonces, efectivamente, ahí no podríamos encontrar una conciencia; sin embargo, lo anterior por muchos ha sido negado, arguyendo un problema de tipo materialista y extremadamente reduccionista. Si, por el contrario, afirmamos que la conciencia es la capacidad de saber que se está vivo, entonces podríamos cambiar el paradigma, incluso afirmar que en El Campín existía una conciencia. Con esta última me quiero arbitrariamente quedar.
Probablemente en el lugar, los asistentes sabían que estaban vivos, y en ese momento vivían por un mismo sentir, el futbol; por él se congregaban. De ahí que me pregunte: si somos capaces de asumir una conciencia colectiva por algo tan sencillo como puede ser el fútbol, ¿por qué no tomar esa misma conciencia por problemas que son de mayor envergadura? Claro está que hay una gran diferencia y esta es la realidad puntual en la que estábamos: un coliseo, medianamente circular y prácticamente encerrados en él. Era fácil tomar una conciencia colectiva. Mas, según creo, esto es mera ilusión, pues, aunque se den los espacios, eso no implica de suyo que se cree una conciencia del lugar. Para la muestra un botón, los salones de clases. Espacios cerrados, con una afluencia de personas, y de ahí no necesariamente se sigue una conciencia colectiva. Debe haber algo más: un ideal de fondo. En el fútbol tenemos “el ideal de patria”: si la selección gana, Colombia gana. Y aunque es imposible que toda una Nación se vea representada en solo once jugadores y un técnico, pues se hace por muchos la “reducción patriótica”. El problema radica, entonces, en la disposición para asumir un ideal que realmente nos afecte.
Según lo anterior, ¿cómo podemos asumir un ideal social el cual nos permita tomar una conciencia colectiva? Para mí es muy ambicioso responder a esta pregunta, teniendo en cuenta que somos una “sociedad” que no está dispuesta a pensar en lo común. Desde muy pequeños se nos enseña a la competencia e individualidad, poca afinidad tenemos por lo grupal. Esa pregunta se las dejo para el ocio. Considero que, si somos capaces de asumir una conciencia colectiva como Nación, podríamos crear nuevos paradigmas de tipo político, social, cultural, económico, entre otros. Cambiar formas de relacionarnos, narrativas hostiles, tomar lenguajes acogedores… Podríamos unirnos en un mismo sentir, por problemas que a todos nos atañen. Esto que pienso, no implica negación de la individualidad ni tampoco una homogenización de las masas, pues conllevaría a una destrucción de la tan amada democracia de unos. Creo que, por el contrario, esto sería un síntoma positivo de cambios fundamentales en lo que somos como sociedad. Pero mientras esto ocurre, podemos seguir disfrutando de la fiesta del fútbol que mueve a muchos a pasión.
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