De violencias, silencio y preguntas
- Sergio Efrén Salinas Romero
- 11 dic 2022
- 3 Min. de lectura
¿Qué cosas nos podrían hacer dudar sobre lo que somos o lo que valemos? ¿Cómo se experimenta esto? ¿Será igual para todos y todas?
A lo largo de estas últimas semanas se han hecho virales distintas declaraciones de mujeres que narran cómo en diversas situaciones han sido abusadas y violentadas. A esto se le suman otras narraciones que se quedan en la intimidad de quienes las padecen. Por otro lado, otros tipos de violencia se reproducen a diario en nuestro país: El racismo, clasismo, machismo, la aporofobia, la xenofobia… En fin, un sin número de categorías que demuestran cómo se van creando la dominación entre unos y otros.
Con esta dinámica de violencia la persona se ve afectada integralmente y esto se manifiesta de diversas formas. El cuerpo es el primero en encontrarse frente al abuso, pues se convierte en el blanco de palabras, juicios, miradas, toques y violaciones. No obstante, las experiencias traumáticas que se generan a partir de estos actos se introducen en los pensamientos y sentimientos de la persona para convertirse en preguntas, silencios y en muchos casos reproches.
Hace algunos días mientras leía algunos testimonios de las víctimas del conflicto armado en Colombia me llamó la atención algo que es común a muchas narraciones. La pregunta por la dignidad. Pero ¿en qué sentido? Sucede que en muchos casos las familias de las víctimas se siguen preguntando si sus familiares no merecían un destino mejor, si eran dignos de lo que les ocurrió. ¡Tremendo! ¿Por qué razón yo voy a tener que dudar de la dignidad de mi familia o de cualquier otra persona? La razón es muy sencilla. Cuando yo decido ejercer violencia sobre otra persona lo primero que delimito bajo mis propios criterios es su dignidad. La mayoría de las veces esto va acompañado de una estructura de poder fundamentada en la forma en que hemos aprendido a entender las diferencias con el otro.
Quien abusa a una mujer está convencido del poder que puede ejercer sobre ella ya sea por la fuerza, la violencia psicológica, económica, entre otras. Del mismo modo en el conflicto armado todos los delitos que se cometen tienen como objetivo la disputa y legitimación del poder sobre un territorio o una población.
Pero ya basta de hablar de los violentos ¿Quién habla de las víctimas? ¡Qué fácil es hacer daño y qué lento se van curando las heridas! Como sociedad debemos ser consciente de nuestro papel de acompañantes en la reparación de las secuelas que dejan estos hechos de violencia con actitudes responsables como la intervención y la denuncia. Esto a nivel general.
Por otro lado ¿qué hacer para superar el “qué hice yo para merecer esto” y otras preguntas que producen estos hechos? Cualquier acción que se emprenda debe estar enmarcada por la cercanía y esta se manifiesta principalmente en saber escuchar a la persona que ha padecido este tipo de asuntos. Es fácil comprobar que cada vez que el testimonio de una víctima hay opiniones que apoyan su veracidad y otras que la niegan. De todas formas, es imposible tapar el sol con un dedo; vivimos en una sociedad insegura en la que algunos grupos de personas son más vulnerables y se han convertido en blanco de las acciones violentas.
El primer paso para cambiar esto es aceptar que está pasando y que a todos nos puede tocar en algún momento estar cerca a alguno de estos casos. Además de esto, es necesario tener una actitud abierta y prudente ya que muchas veces con preguntas o juicios injustificados se puede llegar a la revictimización. Todos podemos ayudar a sanar y a reparar el dolor que deja el abuso y la violencia.
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