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El arte en Colombia adolece

Con motivo de las fiestas navideñas y de fin de año, he vuelto a mi ciudad natal: la Sucursal del cielo, Santiago de Cali. Volver a la “tierrita” es siempre motivo de alegría, gozo y regocijo. Encontrarse con la familia, con amigos y lugares resulta una de las experiencias más hermosas de la vida humana. Y en mi caso personal, volver Cali es como una revitalización espiritual, anímica y corporal, pues lo asumo como volver al origen de mi “yo”. Sin embargo, volver a este lugar edénico, no excluye que pueda mirarlo con ojos críticos y profundos.


Cali, como toda ciudad de Colombia, tiene sus pros y sus contras. Incluso habrá alguien que dirá que son más los contras que los pros. Infraestructura vial deplorable, pobreza extrema en algunas locaciones de la ciudad, unos gobernantes locales cuya experticia consiste en claudicar corruptamente las arcas del erario, la privatización de la feria que supuestamente es para el pueblo, y otros tantos problemas que, si empiezo a enumerarlos, no acabaría en este escrito. Ahora bien, en el marco precisamente de la feria de la caña, que cada año tiene lugar entre el 25 y 30 de diciembre, me encontraba recorriendo el pésimo alumbrado navideño que dispuso la Alcaldía de Santiago de Cali en lo que se conoce como el Boulevard del Río. En uno de los recorridos que hice junto con mi hermano, nos deteníamos a apreciar a los diferentes artistas callejeros que se plantaban en el lugar. Pudimos encontrar pintores, músicos, actores, comediantes, entre otros muchos.


Mientras íbamos caminando y dando nuestros puntos de vista, nos detuvimos delante de un pintor el cual estaba realizando una obra de arte con diferentes pinturas y aerosoles, además de que tenía una técnica bien particular con una pequeña cuchilla: realmente algo hermoso. Cuando ya iba terminando el cuadro dijo a sus espectadores:


Amigos, este es el último cuadro que realizo en la noche, pues ya se me acabaron los materiales. Puesto que he vendido poco, quiero rifarles este cuadro que he hecho, para así poder recuperar algo de dinero y poder comprar un aerosol.


Acto seguido, el hombre empezó a repartir unas pequeñas fichas que tenía. Quien la recibiera, estaba dispuesto a dar dos mil pesos para apoyar al artista. Posteriormente, sacó el número ganador de la mochila. El ganador se llevó el cuadro, el artista recogió sus pertenencias y nosotros seguimos por nuestro camino en el Boulevard.


A partir de esta experiencia particular y lo que veía en el alumbrado navideño, empecé a reflexionar sobre las pocas posibilidades que tiene alguien en Colombia para vivir del arte. Y es que está generalizada la idea de que “del arte no se vive”. Y puede que esto no sea exclusivo del país del Sagrado Corazón, sin embargo, es la realidad que percibimos. Tengo entendido que en naciones como la Francia o el Reino Unido se puede llevar una vida exitosa y próspera dedicándose precisamente a esta forma de trabajo artístico. La pregunta radicaría, ¿cuáles son las condiciones sociales y económicas que permiten esto en aquellos países? Ahora bien, lo más certero que tenemos es que esas mismas condiciones socioeconómicas no las tenemos aquí.


Nuestro sistema educativo y productivo está centrado exclusivamente en lo que me permito llamar las profesiones duras: ingenieros, ecónomos, arquitectos, y otros, que, sin lugar a duda, realizan un trabajo valiosísimo para la sociedad; pero que se olvida de otras ciencias, que las llamaré blandas: humanistas, escritores, músicos, etc. Y creo que el problema que encontramos aquí radica en que consideramos que las primeras sí son una forma de desarrollo personal, y que las segundas solamente debían ser tomadas como algo secundario, en lo cual se consiguen unos pasatiempos.


Es realmente triste ver cómo alguien que tiene una habilidad artística no pueda explotarla a su máximo y no pueda recibir un usufructo por la misma, sino que tenga que dedicarse a algo totalmente diferente o, como muchos de los artistas que vi en el Boulevard del Río Cali, vivir del rebusque y de lo poco que reciban en su trabajo itinerante. Esto como sociedad nos debería llevar a pensar sin dudas el lugar que le damos al arte. En ese orden de ideas también, a nivel estatal y gubernamental, es menester que se tenga una preocupación real por este tema, y que, además, no se queda en la mera preocupación discursiva, sino que se realicen políticas y directrices que promuevan económicamente el trabajo de los artistas. En adición a esto, sería de mucho provecho que en las instituciones educativas, sobre todo en las públicas que es donde más adolece este punto, se implementen proyectos transversales centrados en el arte, además, de una asignatura fundamental dedicada a este fin. El camino en esta materia es largo e inexperimentado, pero realizable.

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